Lima bajo la pluma de Julio Ramón Ribeyro

Conocí a Julio Ramón Ribeyro a inicios de la década del noventa. Con unos amigos de la universidad fuimos a verlo a su piso de Barranco. Él nos recibió muy cortesmente y charló con nosotros unas dos horas. Al final pude confirmar varias cosas: que ya no fumaba, que le gustaba ir a beber codo a codo con los parroquianos de Balconcillo, que aún no entendía por qué Vargas Llosa le había quitado la palabra, y, sobre todo, confirmé que era una de las plumas más pesadas de la literatura peruana: el mundo de los mudos era su mundo. Va aquí mi opinión sobre algunos de los temas que conversamos aquella tarde en el balcón de su casa bajo el cielo plomizo de Lima. Va aquí la palabra de otro mudo.



El presente ensayo trata de explicar cómo es que las transformaciones urbanísticas y sociales ocurridas en la ciudad de Lima en la década del cincuenta fueron procesadas en la narrativa de Julio Ramón Ribeyro. Nos centraremos en Los geniecillos dominicales, novela temprana que tuvo varias ediciones. La primera data de 1963, y fue editada con motivo del premio de novela del diario Expreso. Esta edición adolece de varias erratas y de mutilaciones del texto, al grado que algunos críticos, como Antonio Cornejo Polar, descalifican para cualquier lectura atenta de esta obra. Una segunda data del 1973, y fue editada, corregida y aumentada, por la editorial Milla Batres. Y la más reciente data del 2001, y fue producida por editorial Peisa. Esta edición es la que utilizamos en nuestro análisis y citas textuales.

I. RECEPCIÓN CRÍTICA

De entre la gama de interpretaciones que ha tenido la novela desde su publicación, quisiéramos destacar dos: la de Antonio Cornejo Polar y la de Peter Elmore. Del primero, titulada Los geniecillos dominicales: sus fortunas y adversidades, forma parte de su volumen La novela peruana. Destacamos de su interpretación la manera cómo aborda el tema de la ciudad de Lima. Dice Cornejo Polar:

Mediante acotaciones muy breves y eficaces, siempre suficientes, el narrador define el carácter social de cada zona: Miraflores hospeda a las clases altas, Santa Beatriz a la pequeña burguesía, mientras La Victoria o Surquillo aparecen como zonas populares que acogen también a una población lumpen en sus cantinas y burdeles. Pese a que esta estratificación es constantemente puesta de manifiesto por el narrador, que a veces hasta la usa simbólicamente, como al anunciar el cambio de domicilio de Ludo, de Miraflores a Santa Beatriz, con lo que expresa la decadencia social del protagonista y su familia, lo cierto es que éste y sus amigos se desplazan por todas las zonas y frente a cada contorno adquieren una excepcional aptitud mimética. Se pasean con soltura por una kermese miraflorina o ingresan sin titubear en los peores bares de Surco (Cornejo Polar, 1989: 121).


Dos aspectos subraya Cornejo Polar: por un lado, las clases sociales están marcadas geográficamente; y por otro, los personajes tienen la propiedad de mimetizarse en todas las zonas y clases sociales. Lo primero resulta interesante en la medida que revela la manera cómo se “encarna” la percepción de clases sociales en la novela. En efecto, a lo largo de la narración se hace evidente que basta pasar de Miraflores o Santa Beatriz a Surquillo o La Victoria para que todo el sistema de valoración cambie. La imagen central de la zona de Miraflores está ligada a la familia, la tradición, la gente “blanquita”. A su vez, en las zonas periféricas como La Victoria la imagen dominante es la de los burdeles, bares, prostitutas y delincuente. Ascenso social y decadencia, civilización y barbarie, son los símbolos a través de los cuales se establecen las jerarquías de estas zonas. Por otro lado, los personajes, sobre todo los centrales, como Ludo Tótem y Pirulo, tienen la capacidad, como dice Cornejo Polar, de desplazarse por todas las zonas. De hecho, esta capacidad habría que entenderla como una necesidad estructural en la novela. Es necesario que los personajes puedan desenvolverse en diferentes zonas para poder dar cuenta de ellas, pero eso no altera las jerarquías sociales ligadas a la demarcación geográfica. A pesar de que Ludo Tótem pueda frecuentar los burdeles de La Victoria, esta zona no pierde su condición de lugar prohibido.

Por su parte, Peter Elmore en su libro Los muros invisibles, donde realiza un estudio muy interesante sobre cómo la narrativa peruana revela y participa en proyectos de nación modernos, ligados a la configuración geográfica de la ciudad de Lima, aborda de la siguiente manera el tema de la ciudad de Lima en Los geniecillos dominicales:


El espacio urbano en la novela [Los geniecillos dominicales] de Ribeyro es mucho más que un decorado, un escenario por el cual discurren los personajes. La Lima de Los geniecillos dominicales es un territorio dinámico en el cual se cruzan y confrontan la memoria nostálgica y el presente deteriorado, las presiones de la masificación y el impulso por preservar la individualidad, las clases privilegiadas y los sectores pequeñoburgueses o marginales. Ámbito semánticamente cargado, contradictorio, la ciudad ofrece a los sujetos una destructiva dialéctica en la que la aventura y la rutina son los dos polos de la experiencia vital; por eso, los actos que hacen progresar al argumento de Los geniecillos dominicales se presentan, sintomáticamente, bajo la forma de trasgresión. El trayecto de Ludo Tótem deviene, en esta línea, ejemplar: el estudiante de Derecho terminará por convertirse en delincuente. Sus incursiones al otro lado de Lima, a la zona de lo prohibido y clandestino, terminarán marcándolo con el estigma de la ilegalidad” (Elmore, 1993: 151).


La tesis puesta de manifiesto en la cita, y que discurre a lo largo del capítulo sobre Ribeyro, es que el destino de Ludo Tótem, sus desventuras, está ligado a la ciudad de Lima. Si Cornejo Polar había establecido que las clases sociales están marcadas geográficamente en la novela de Ribeyro, Elmore plantea que al cruzar “la zona prohibida” –paso de Miraflores a La Victoria-, Ludo Tótem habría de asumir todos los contenidos –degradación social, marginalidad, delincuencia- que se ha atribuido a esas zonas. A medida que Ludo Tótem se va introduciendo en los vericuetos laberínticos del centro de Lima, llevando papeles judiciales por el jirón Azángaro, o dejándose seducir por la embriaguez en sus noches de bar y burdeles en La Victoria, Surquillo y el Callao, va perdiendo su condición de joven estudiante de Derecho, hijo de buena familia, y habitante del acomodado distrito de Miraflores.

II. LA ARCADIA COLONIAL

Estas dos tesis: las clases sociales se demarcan geográficamente, y los sujetos se transforman al entrar en contacto con determinadas zonas geográficas, necesitan algunas precisiones. Primero que en la novela la demarcación se realiza desde un lugar de enunciación. Este lugar es el de la arcadia colonial. Entiendo la arcadia como una construcción ideológica que tiene como característica central la idealización de un referente, que puede ser inexistente, como el paraíso terrenal o El dorado, o también remoto, como el mundo prehispánico o la colonia.

En nuestro caso corresponde con una idealización del pasado colonial, que se articula a través de figuras como la tradición, el buen nombre, la familia y la dinastía. En la novela, la arcadia colonial está representada por el distrito de Miraflores, fundamentalmente. Es desde esta construcción ideológica que se procesa los rasgos de aquellas zonas marginales a las de la arcadia. Como ocurre en las historias míticas ligadas a formaciones ideologías como la arcadia colonial, en donde las zonas de frontera son presentadas como bosques encantados, desiertos llenos de salvajes, o montañas habitadas por gárgolas, la ciudad de Lima de los años cincuenta es presentada como un cuerpo amorfo, laberíntico, extraño, lleno de seres grotescos. Veamos algunos ejemplos: “ […] la gente que anda a su lado es fea, que hay multitud de bares con olor a chicharrón y que los avisos comerciales, tendidos en las estrechas calles de balcón a balcón, convierten el centro de Lima en el remedo de una urbe asiática” (Ribeyro, 2002: 3); “Y una población horrible, la limeña, la peruana en suma, pues allí había gente de todas las provincias. En vano buscó una expresión arrogante, inteligente o hermosa: cholos, zambos, injertos, cuarterones, mulatos, quinterones, albinos, pelirrojos, […] Eran los rostros que había visto en el Estadio Nacional, en los procesiones. En suma, una raza que no había encontrado aún sus rasgos, un mestizaje a la deriva. Había narices que se habían equivocado de destino e ido a parar sobre bocas que no les correspondían. Y cabelleras que cubrían cráneos para los cuales no fueron aclimatados. Era el desorden” (Ribeyro, 2002: 102).

La noción de Lima como un cuerpo adquiere relevancia por dos motivos. Por un lado, porque nos permite enfocar la novela en el marco de una relación de alteridad: el yo, que sería los discurso de la arcadia colonial, y el otro, los contendidos sensoriales de la Lima de los cincuenta. Y por otro, porque si vemos la manera cómo se estructura la alteridad en la novela, encontraríamos que reproduce la manera cómo los discurso de la modernidad han proceso la otredad. Estos discursos tienden a incorporar al otro como un sujeto subalterno, vaciando en él contenidos opuestos a los del yo. Por ejemplo, la manera cómo en el discurso de Cristóbal Colón se inserta, bajo el rótulo de salvaje, al nativo americano en su famoso Diario de abordo. O el indio mudo, flojo y perdido en el tiempo de José Santos Chocano y Ventura García Calderón.

Estos procesos de racionalización del otro, nos lleva a detenernos en la tesis de Peter Elmore: los sujetos se transforman al entrar en contacto con determinadas zonas geográficas. En la novela a medida que Ludo Tótem se inserta más en los barrios de las zonas “prohibidas”, se va convirtiendo, por lo menos a nivel de acciones, en uno de ellos. La lectura que se ha dado a este proceso es sociológica. Es decir, al convertirse en delincuente, Ludo Tótem se ha degradado socialmente. Se ha perdido. Sin invalidar esta lectura, compartida por el grueso de la crítica, creo que es posible otra. Ubicándonos en el plano de las relaciones de alteridad que se producen en la novela, Ludo Tótem constituye el agente que racionaliza el cuerpo de la otredad. Lo hace desde un lugar de enunciación. El lugar del yo, estructurado bajo los marcos de la formación ideológica de la arcadia colonial. Ideología que articula las relaciones de alteridad del discurso moderno. Es decir, el otro adquiere sentido, se racionaliza, como negación del yo. De este modo, la imagen de Lima como un caos, como un cuerpo amorfo y grotesco, sólo es posible si se la contrapone a la imagen de la arcadia colonial. Se legitima en tanto contraste de los valores tradicionales de la Lima señorial. Así, como el héroe que cruza las fronteras del reino con el fin conquistar nuevos territorios, Ludo Tótem constituye un intento de racionalizar ese cuerpo amorfo, laberíntico, extraño, lleno de seres grotescos, que es la Lima de los años cincuenta. Si en el plano de la trama novelística –ligados a interpretaciones de corte social- el personaje fracasa, en otro plano, en el cual se presenta como un sujeto que racionaliza un espacio extraño y elusivo, pues tiene éxito. Al final de la historia, gracias a las incursiones del grupo de Ludo Tótem en las zonas prohibidas, tenemos una imagen de ella. Imagen ligada a figuras como la degradación, delincuencia, pobreza, suciedad, inmoralidad y otros valores opuestas a las atribuidas a la arcadia colonial.


III. EL PROYECTO GENERACIONAL

Dos aspectos más se pueden extraer de esta lectura. En principio, el tema de las transformaciones urbanísticas y sociales de Lima en los años cincuenta, central en Los geniecillos dominicales, no era un proyecto novelístico particular de Julio Ramón Ribeyro, puesto de manifiesto en su artículo “Lima, ciudad sin novela” (Ribeyro, 1975). Como admite Peter Elmore:

En la primera mitad de la década del cincuenta la ciudad solicitaba la atención de los narradores en ciernes. La irónica condescendencia del articulista [se refiere a Ribeyro y su artículo “Lima, ciudad sin novelista”], lo protege de toda solemnidad programática, pero no oculta en absoluto sus intenciones ni premisas. Lima no aparece como mera materia prima, como un referente espacial al cual la ficción tendría que darle forma. Por el contrario, el rápido sumario de Ribeyro hace evidente que la capital –o, para ser preciso, su realidad contemporánea- tiene ya en potencia la estructura de un texto: es, en suma, un teatro múltiple y versátil, poblado por personajes en busca de autor (es). No es la invención del pasado, que alimentó a las Tradiciones peruana de Ricardo Palma, lo que Ribeyro propone, sino el construir versiones realistas de la experiencia urbana. Ese proyecto es, precisamente, el que informará a Los geniecillos dominicales (1965), del propio Ribeyro, Conversación en la Catedral (1969), de Mario Vargas Llosa, y Un mundo para Julios (1970), de Alfredo Bryce” (Elmore, 1993: 146).

También se podría incluir a Enrique Congrains, Oswaldo Reynoso y Carlos Eduardo Zavaleta. En ese sentido de trataba de un proyecto generacional. Aunque cabría un análisis más pormenorizado, podría en este momento postular la tesis de que, en general, en el plano de las relaciones de alteridad, estos escritores participan de ese proceso de racionalización modernizante de esa otredad, que era la Lima de los años cincuenta. Así encontramos en sus textos la insistencia en construir imágenes que parten de elementos opuestos a las formaciones ideológicas de la arcadia colonial, como la marginalidad “rockanrolera” de los Inocentes, de Oswaldo Reynoso, o las barriadas de esteras de los cuentos de Congrains. En todo ellos, Lima es precaria, decadente, marginal.

Un segundo y último aspecto está relacionado con los efectos de las formaciones ideológicas puestas de manifiesto en la literatura. Una de las tesis centrales del libro Orientalismo, de Edward Said, es que Oriente es una construcción discursiva occidental. Los discursos modernos occidentales puestos a funcionar con fines colonizadores desde el siglo XVI, insertos en la producción literaria, “trabajaron” la imagen de hoy tenemos de Oriente: extraña, pagana, demoniaca, exuberante. Así, la literatura es presentada como un discurso nada inocente, sino parte de los mecanismos de los discurso de poder. Sobre todo la novela, constituye un elemento ideologizador por excelencia. Las consecuencias políticas y sociales con respecto a la India que extrae Said de esta tesis no vienen al caso en este momento. Me interesa relacionar su tesis con nuestro tema. Pienso que las imágenes que se formularon sobre la Lima naciente en los años cincuenta, de los nuevos barrios, los nuevos sujetos sociales, están marcadas por la manera cómo fue “trabajada” por los narradores de esas décadas. Tal “trabajo ideológico”, postula a estos narradores como sujetos colonizadores que en los años cincuenta y sesenta comenzaron elaborar imágenes de Lima en oposiciones a las formulaciones ideológicas de la Arcadia colonial. Incluso, puedo postular que en las dos últimas décadas hemos asistido a una etapa donde estas imágenes de Lima adquieren en la narrativa peruana la naturaleza de un género discursivo, en el sentido que otorga Mijail Bajtín a esta noción, de tal suerte que resulta imposible representar Lima y sus barriadas al margen de los tópicos e imágenes elaboradas por los narradores de la década del cincuenta.

Bibliografía.
Cornejo Polar, Antonio. La novela peruana. Lima, Horizonte, 1989.
Elmore, Peter. Los muros invisibles. Lima y la modernidad en la novela del siglo XX. Lima, Mosca Azul Editores, 1993.
Ribeyro, Julio Ramón. Los geniecillos dominicales. Lima, Populibros, 1965.
- Los geniecillos dominicales. Lima, Ed. Milla Batres [Bib. de Autores Peruanos], 1973.
- La caza sutil: ensayos y artículos de crítica literaria. Lima, Editorial Milla Batres, 1975.
- Los geniecillos dominicales. Lima, Peisa, 2001.

Fotos: [1]; Julio Ramón Riberyo en retablo fotográfico;[2] Julio Ramón Ribeyro;[3] Peter Elmore;[4] Ciro Alegría. José María Arguedas y Antonio Cornejo Polar;[5] Oswaldo Reynoso.

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