Los siete ensayos de Miguel Ángel Huamán
El último libro de Miguel Ángel Huamán (Lima, 1950) Siete estudios de interpretación de la Literatura Peruana (Lima, Fondo Editorial de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la UNMSM. 2005), constituye, en más de un sentido, un cálido homenaje a José Carlos Mariátegui (Lima, 1895 - 1930). Y no sólo por la explícita referencia al clásico libro del Amauta Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana (Lima, 1928), sino por la perspectiva culturalista -de cuño neomarxista- que domina sus reflexiones, su espíritu reivindicativo de la cultura andina y su afán polémico.
Aunque el libro se compone de un conjunto de estudios publicados entre 1999 y 2005 en diversas revistas especializadas, debido a los temas que trata, la perspectiva crítica y preocupaciones comunes, no deja de tener cierta unidad. Incluso, se puede notar un afán por elaborar una suerte de cartografía de la problemática de la literatura peruana, cuyos centros temáticos son José María Arguedas, la narrativa andina de los años ochenta y noventa y la crítica literaria peruana.
Una ampliación de estas ideas se revela en el texto “Arguedas o el vuelo de la pluma”, donde vuelve a subrayar el carácter central e, incluso, de “horizonte simbólico inédito”, de la obra arguediana. Afirma Huamán: “Todo lo señalado, nos permite afirmar en términos globales, a título de conclusión, lo siguiente: la temática de lo nacional y la nacionalidad articula en la escritura arguediana la vida y la obra, otorgándole su unidad aparente por encima de las diferencias entre lo ficcional y lo no – ficcional, entre lo literario y lo ensayístico, Arguedas, en ese sentido, formaliza en sus escritos un horizonte simbólico inédito, desde el cual es posible pensar y vivir todas las sangres como él las llamaba” (pp. 32).
Sobre esta certidumbre, Arguedas como centro de la cultura andina, desarrollará el tema de la narrativa andina, otorgándole las mismas valencias: “Tal vez el fortalecimiento [de] la narrativa andina, su estudio y difusión como escritura utópica nos permita avanzar en el sueño de una integración nacional y regional. Esa ha sido la intención de esta reflexión: proponer esta lectura inicial del proceso de nuestras literaturas como muestra de la capacidad que contiene la palabra literaria de imaginar un tiempo posible donde la integración entre nuestros países y regiones sea posible” (pp. 49). Esta observaciones se ampliarán en el texto “Tradición narrativa y modernidad cultural peruana”, donde afirma que: “ Al contrario de los que avizoran un futuro confuso y disperso, creemos que las posibilidades de nuestra narrativa en los tres ejes de tratamiento de nuestra modernidad literaria: la racionalización patente en la capacidad de crítica desde nuestra tradición, la secularización expresada en el poder del diálogo de la creación verbal y la individuación que implica la dimensión estética para la cultura del mañana. Los escritores y lectores de las primeras décadas de nuevo milenio tal vez participen de una literatura peruana pujante, cuya conciencia e imaginación sea un factor decisivo para el logro de nuestro desarrollo y libertad como nación. El tiempo lo dirá” (pp. 89).
Cultura andina, racionalidad histórica, ética y utopía son términos que Huamán relaciona en más de una oportunidad para sustentar, más que una tesis que exige una demostración en el plano analítico, una posición intelectual, cargada de ideología, sentido histórico y ética. Esta dimensión de su reflexión lo revela en textos como “La literatura como institución social”, en el que afirma: “Por todo lo señalado se hace evidente que la literatura como institución social en el Perú mantiene formas de interacción social que no se corresponden con la cultura moderna. No debe sorprendernos que nuestra actividad artístico-literaria esté aún en el nivel de la formación social; es decir, del taller; el grupo, el movimiento, la exposición, etc. Si nuestra democracia y capitalismo son tardíos e incipientes, parece lógico que nuestro proceso cultural exprese dicho anacronismo. Asimismo, no debe sorprendernos que nuestra actividad educativa literaria esté en crisis y bajo criterios del siglo XIX (biografismo, impresionismo, esencialismo, etc.) y que la actividad cognoscitiva de la investigación literaria recién pugne por constituirse como comunidad científica e intente desterrar de la práctica académica viejos prejuicios oligárquicos y actitudes corporativas” (pp. 102-103).
Pero donde se hace más patente esta posición intelectual es en el último artículo, “Contra la ´crítica del susto` y la ´tradición del ninguneo`”. Empieza determinando el sentido de “crítica del susto”: “Designo por tanto con el nombre de crítica del susto a cierta práctica discursiva que al amparo del evidente prestigio que los estudios literarios han logrado al incorporar categorías y conceptos provenientes de las ciencias del lenguaje, la semiótica o la epistemología se arroga la posesión de la verdad y el método científico en el terreno de las humanidades. Califican en términos negativos e injuriosos cualquier otra forma de asumir la labor interpretativa y con desmesura se proclaman en posesión de la única verdad” (pp. 116-117). Y por “tradición del ninguneo”: “Si esta creencia retrógrada [la tradición del ninguneo] pudiera verbalizar su propia actitud lo haría así: “nadie, salvo yo (es decir el usuario de esta postura intelectual) sabe algo sobre este u otro tema; soy lo máximo, un genio y los demás son ninguno, es decir nada, basura, cero. Por lo tanto, nadie sin mi autorización o consulta puede atreverse a abordar mi propiedad intelectual, y si lo hace es un incauto, peor si no cita mis insuperables libros o artículos” (pp. 126).
Luego de personalizar estas conductas “críticas” en las figuras de Enrique Ballón Aguirre y Birger Angvik, críticos del “susto” y el “ninguneo”, respectivamente, concluye con el siguiente párrafo: “Muchos se impresionan con los apellidos extranjeros o compuestos y ´ningunean` a quienes son simples peruanitos con nombres autóctonos. Es sobre la base de esta imposición postcolonial que la producción académica nacional no logra consolidarse institucionalmente, y es marginada y silenciada. Un estudioso nacional no debe estar ni sentirse obligado a escribir en inglés si desea participar en alguna instancia en el debate cultural o si busca apoyo financiero. Por ello, los principales responsables de esta situación, más que exhortar al diálogo, deben practicarlo” (pp. 136).
Este último párrafo cierra un arco de reflexión en el que se discute, desde un espacio temporal específico –literatura peruana desde mediados del siglo XX-, temas que recorren la historia cultural peruana desde la colonia: indios – españoles, criollos – andinos, nacional – internacional, cultura nativa – cultura occidental, modernos – posmoderno, etc. En efecto, en conjunto, los estudios revelan una adscripción a estos temas fundacionales de la tradición crítica peruana. Asimismo, a través de autores y temas tan canónicos como José María Arguedas y el mundo andino, Huamán participa de estas discusiones, asumiendo la posición ya marcada por José Carlos Mariátegui, Antonio Cornejo Polar y Alberto Flores Galindo. Tal vez más de un crítico, ya sea del “susto” o del “ninguneo”, o hasta de la “inocencia” lindando con la “estupidez”[1], pueda juzgar el libro como repetitivo y anacrónico. Una vez más evidenciarían sus complejos y carencia de sentido histórico, pues el efecto en los estudios es todo lo contrario. Por un lado, permite actualizar una agenda problemática tan vigente como la pobreza en el Perú. En este proceso, reflexiones como las siguientes: “El ´indigenismo` (…) está extirpando, poco a poco, desde sus raíces, al ´colonialismo`. Y este impulso no procede exclusivamente de la sierra. Valdelomar, Falcón, criollos, costeños, se cuentan (…) entre los que primero han vuelto sus ojos a la raza” (El proceso de la literatura peruana, Mariátegui, José Carlos. pp. 350. En: Siete Ensayos de interpretación de la realidad peruana. Lima, Biblioteca Amauta, 1989); “El indigenismo más valioso ofrece una revelación del mundo indígena y de su problemática concreta, pero, al mismo tiempo, se ofrece a sí mismo como una reproducción de las relaciones entre ese mundo y el resto de la sociedad nacional, y como una imagen legítima de los conflictos medulares de todo el sistema social peruano. En este sentido se puede afirmar que el indigenismo, como proceso de producción, es hasta hoy la más iluminante y sagaz trasmutación (sic) a términos específicamente literarios de la desintegrada índole de la sociedad peruana” (´El problema nacional en la literatura peruana`, Cornejo Polar, Antonio. En: Sobre literatura y crítica latinoamericanas. Caracas, UCV, 1982), adquieren nuevos sentidos e, incluso, se constituyen en horizontes para reflexionar problemáticas de impacto mundial y regional, como la globalización cultural, la posmodernidad, la narrativa de los años noventa, y otros temas.
Por otro lado, le otorga densidad a la posición intelectual desde la que Huamán enuncia su discurso: “La actitud intelectual que he intentado describir en estas líneas no creo que sea exclusiva de nuestra comunidad académica o intelectual, pero sí pienso ronda más frecuentemente en quienes como nosotros los docentes tenemos la responsabilidad ética de orientar a los jóvenes. Esencialmente por ello he estado, estoy y estaré siempre en contra de la ´crítica del susto` y rechazo rotundamente la tradición intelectual del ´ninguneo` que creemos responde a una matriz cultural más amplia, arraigada en nuestra sociedad: la cultura del tutelaje o el clientelaje que tanto en el terreno intelectual como en el político y social se traduce en cultos al caudillismo y defensas cerradas de intereses de sectas, clanes, grupos o panacas irreconciliables entre sí porque se asumen como las dueñas no sólo de la verdad sino del país, en desmedro de los hombres libres y críticos” (135-136).
De hecho, en el conjunto de estudios se pone de manifiesto esta posición, concordante con un sector de la crítica literaria nacional, el más lúcido y que mejores aportes ha realizado, que no claudica en su misión, casi monacal, de hacer del ejercicio crítico literario un acto ético, conciente de su tiempo y espacio, hundido, como decía Mijail Bajtín, en la vida social concreta.
[1] Me refiero a un lamentable artículo de Marcel Velásquez Castro llamado “Los siete errores de Mariátegui”, donde demuestra cómo fácilmente un crítico novato puede caer en juicios de tal inocencia, que ya lindan con la estupidez.
Fotos: [1] Miguel Ángel Huamán dictando cátedra; [2] Portada del libro reseñado; [3] José María Arguedas; [4] José Carlos Mariátegui; [5] Carlos García Miranda, Gisela González, Miguel Ángel Huaman, Miguel Maguiño, Marco Mondoñedo. En casa de Miguel Ángel.
6 comentarios:
Esa foto que tomé hace años es memorable (Semana de Literatura San Marcos, 2006), porque muestra uno de los pocos momentos en donde los profesores de San Marcos se sientan a dialogar en público. Justo por eso, a veces no es tan fácil seguirles el paso sobre en qué tendencia de investgación van luego que dejamos de ser sus alumnos.
Hola Américo:
Claro, esa foto fue tomada de la página del Celit. Una de las pocas páginas que surte de material gráfico sobre lo que hace la escuela. Fue atinado en tu gestión comenzar esta tarea. Aparte de esas fotos, sólo están algunas muy antiguas tomadas por Esther Castañeda y Gonzalo Espino.
resulta una verdadera lástima que el profesor miguel angel huamán no haya publicado aún un trabajo mucho más contudente que estos Siete estudios... sus alumnos y ex-alumnos seguimos esperando.
respecto del libro de faverón, bueno, ya sabemos por donde anda.
Bueno, se trata de un trabajo recopilatorio, como habrá podido leer el anónimo, así que resume lo hecho en varios años. Y claro, seguro pronto nos sorprenderá como un ópera magna.
Si la próxima vez el anónimo puede escribir su nombre, seguramente Miguel Ángel le hará llegar un ejemplar.
Igual, recomiendo a sus alumnos y ex alumnos estar atentos.
He leído con mucho interés tu comentario al libro de M.A. Huamán. No sólo porque sitúas con inteligencia el debate y la agenda intelectuales de su autor, sino también porque tu posición es un modo de ejercer crítica que, lamentablemente, hoy parecería haberse vuelto obsoleto. Aunque hay muchos puntos por discutir, quisiera centrarme en dos reflexiones.
En primer lugar, ¿cuál es el lugar de la historia en la reflexión literaria? Si miramos rápidamente la forma más extendida de la crítica, podríamos encontrarnos con el concepto de “teoría”. Según como generalmente se utiliza, ésta prescinde completamente de lo histórico –incluso dentro del campo problemático al que remite su consideración–: el mundo es un texto y la relación entre las prácticas humanas se da como intertextualidad. ¿Cómo pensar entonces la articulación entre historia y teoría? Creo que el mejor modelo es Marx, y tú señalaste –me parece que no es mera coincidencia– una tradición marxista con Mariátegui y Flores Galindo, fundamentalmente. Es decir, el trabajo teórico e intelectual de ambos está inscrito en ese modo de leer que articula historia y teoría. Muchos podemos coincidir en señalar esa tradición, pero aún falta mucho por hacer para construirla y ofrecerla como una forma distinta de comprender la reflexión y el trabajo intelectual que habría que seguir mirando.
La pregunta por la relación entre historia y teoría me lleva al segundo punto: ¿cuál es el lugar de la verdad, como principio del conocimiento y como su instancia ética –por más anacrónico que suene esto en el presente? ¿Cuál es el género de discusión que queremos crear y cómo la reflexión literaria encuentra espacio en él? Hay, como dices, tradiciones de pensamiento que sortean la cuestión ética de su trabajo. Me parece que la “crítica del susto” y la “tradición del ninguneo” señalan con precisión dos de ellas. Pero podríamos ver más. Pongo un ejemplo. En un artículo publicado en El Comercio (“Un artefacto literario anacrónico”) un conocido escritor realiza un ejercicio intelectual bochornoso que se relaciona mucho con lo que reflexiono. Allí, entre muchos otros errores y guiado por un fanatismo que le impide comprender antes de evaluar, dice que el marxismo sostiene que “el ser determina la conciencia”. Digamos…un mínimo de conocimientos filosóficos prevendrían a ese escritor de caer en el ridículo público (por propia voluntad y con remuneración a cambio). Pero no es esto a lo que apunto, sino a lo que se pone en juego: ¿Cuál es el lugar de la verdad en la producción de conocimientos, que es por definición un trabajo público?
Planteo esto porque mi reflexión se centra en estas preguntas, para ti y M.A. Huamán: ¿Qué género de conversación estamos tratando de construir? ¿Cuáles son las estrategias intelectuales para que un pensamiento valioso no se encierre en una torre de marfil (como podría ser la universidad o un espacio editorial tradicional) y para que pueda articular un nosotros integrando a voces que no son necesariamente especialistas? Saludos, Anacrónico.
P.d. Sugiérele a Huamán que ponga su blog.
Es unas pena que los de san marcos solo hayan aprendido a pavonearse y, en eso, el maestro del pavoneo, es sin duda, Miguel angel huamàn cuyas ideas, revestidas de un verbo decimononico, repiten ideas escolares
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